"... la verdad no tiene nada que ver con la autoridad, la verdad no tiene nada que ver con la tradición,
la verdad no tiene que ver con el pasado.
La verdad es una realización radical, personal: debes acceder a ella."
Osho
Fui a un campo de refugiados en Grecia, sabiendo que los campos de refugiados no me gustan.
Mi estancia, durante 16 días como voluntaria en uno, me confirmó mis sospechas.
Los campos de refugiados no son bonitos, los campos de refugiados no son refugio alguno.
Y eso que yo había llegado a uno "de los mejores" de Grecia.
Formé parte de un proyecto que creó una escuela de verano para los niñxs y demás habitantes del campo: sirios principalmente, pero también irakíes, kurdos,...
Fue un choque inmenso. Las palabras que más he repetido son: "I am so sorry" (lo siento mucho), porque otra respuesta no tenía ante tanta desgracia y miseria.
Mi intención era ser testigo, al menos presenciar, habitar, aunque fuera por tiempo mínimo, esa realidad, que ahora sé que es dura y cruel.
No quise cerrar los ojos ante esta injusticia que cometemos como europeos contra personas que lo han sufrido todo.
A amar, también fui a amar.
Amarme a mí misma, respetar mis ganas de saber, mis ganas de construir de alguna manera.
Amar la vida, viviéndola de una forma comprometida.
Amar a esos refugiados sin refugio, para que no sólo encontraran incertidumbre y miedo en Europa.
Y a ayudar, también fui a ayudar.
Aunque al regresar a mi vida cómoda y hermosa en una pequeñísima burbuja, me ví como el pequeño colibrí del cuento, que intentaba apagar el fuego en la jungla gota a gota. A mí me inspiraron otros pequeños animales, y ahora me motiva inspirar a otros a la acción.
Confieso que muchas veces me vi sobrepasada. No estaba preparada para lo que encontré. Me hubiera gustado tanto ser doctora, psicóloga, terapeuta, presidenta de mi país, madura para la ocasión. Tener poder.
La cosa es que en el campo de refugiados se intuye la guerra, tan atroz.
Las tristezas allí son más grandes que las de aquí.
Los miedos que lo habitan son terribles, inmensos, inabarcables.
Allí las lluvias no son una bendición.
Fue a través de lxs niñxs que me enteré un poquito más de su historia.
Lxs niñxs crearon ellos mismos un teatro mudo en el que había armas, disparos, muchos muertos, viajes en barcas hinchables atravesando el Mediterráneo, muchos rechazos, pena,... mucha pena, sí. (Y yo sin saber si dejarles representar eso era bueno para ellxs...)
Pero su teatro tenía un final feliz ¡!: tras dar las gracias a Europa (sí, nos dan las gracias) el último acto presentaba a muchos niños que volvían a Siria para reconstruirla, para volver a levantar su país.
Me enseñaron fotos de sus casas antes de la guerra, fotos del éxodo e imágenes de Idomeni.
Y qué gran aprendizaje.
He aprendido mucho sobre mí y mis límites.
He aprendido que ayudar no es fácil.
He aprendido que servir libera. Ahora me pregunto ¿quién ayuda a quién?
He aprendido que aún a pesar de las condiciones más adversas y peligrosas el ser humano puede decidir seguir siendo humano.
He aprendido que las culturas, los idiomas, las religiones diferentes no nos separan, porque en el fondo todxs tenemos un mismo corazón y las mismas ansias de vivir en plenitud.
He descubierto que tengo una arma de construcción masiva: mi sonrisa.
Que el amor crece y evoluciona, y que cuanto más das más tienes.
Ya antes, como con los campos de refugiados, sabía que las fronteras no me gustan.
Ahora mucho menos. Que sí, que todxs tenemos miedo a lo diferente, a lo extraño, a lo desconocido.
Pero ningún ser debería vivir la guerra, el éxodo, el rechazo.
Ahora me comprometo a derribar todas las barreras a mi alcance.
A abrir mis ojos, a abrir mi mente y mi corazón y no dejar pasar la oportunidad se ser humana.
Me comprometo a no contribuir jamás al odio o la indiferencia.
Por favor, liberen sus corazones.
Por favor, abran las fronteras.